✨SANTA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO✨
- ☦️ Rev_P. Estefan

- 20 ago
- 4 Min. de lectura

EPÍSTOLA: 2Ped 1:10-19
EVANGELIO: Mt 17:1-9
COLOR LITÚRGICO: Blanco
Ayer celebramos con gozo la Fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, misterio luminoso que la Santa Iglesia Ortodoxa nos propone como anticipo de la gloria de la Resurrección y como fuerza para caminar con firmeza en la vida cristiana. El Evangelio según san Mateo nos narra: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz” (Mt 17:1-2). Cristo, que hasta ese momento aparecía como un hombre común, permite a sus discípulos contemplar por un instante el fulgor de su Divinidad, la gloria eterna que siempre ha tenido junto al Padre.
San Pedro, testigo directo de este misterio, en su segunda epístola nos exhorta: “No seguimos fábulas artificiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino que fuimos testigos oculares de su majestad” (2Pe 1:16). Y recuerda aquel momento en el monte santo, cuando escucharon la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Lo que Pedro vio no fue un mito, sino la luz misma de Dios que se manifestó en Cristo, para confirmar la fe de los discípulos.
En esa visión del Tabor aparecen también Moisés y Elías, testigos de la Ley y los Profetas, conversando con Jesús. Ellos representan toda la historia de la salvación que encuentra su plenitud en Cristo. Pedro, en su entusiasmo, propone levantar tres tiendas, como deseando permanecer en ese instante glorioso. Pero aún no había llegado la hora de la plena manifestación: primero vendría la Pasión. La voz del Padre los cubre con una nube luminosa y dice: “A Él escuchad”. Este es el mandato para todos los tiempos: escuchar al Hijo amado, obedecer su palabra, seguir su camino.
Los discípulos, temerosos, caen con el rostro en tierra. Y Jesús los toca diciendo: “Levantaos, no temáis”. La experiencia de la Gloria Divina no destruye, sino que consuela, fortalece y anima. Al bajar de la montaña, Jesús les ordena guardar silencio hasta la Resurrección, porque solo desde la victoria pascual podía comprenderse plenamente el sentido de aquella visión. La Transfiguración es, entonces, un anticipo de la Resurrección: la gloria que brilla en el Tabor es la misma que irradiará en el sepulcro vacío y que ilumina ahora la vida de la Iglesia.
La luz del Tabor prepara a los discípulos para no escandalizarse y al ver al Maestro Crucificado. Quien contempló la gloria, comprenderá que la Pasión fue asumida libremente por amor. Por eso, la Transfiguración para Cristo es fuerza que le sostiene en la aceptación de la cruz; para los discípulos es un anticipo que los ayuda a atravesar el desconcierto de la Pasión.
En Rusia y en toda la ortodoxia, esta fiesta se acompaña de la bendición de los frutos, especialmente de las uvas y manzanas. En la tradición se dice que las uvas, primer fruto de la vid, se ofrecen en señal de acción de gracias a Dios, y se bendicen como signo de la transfiguración de toda la creación en Cristo. En tierras donde no abundaban las viñas, se introdujo la costumbre de bendecir manzanas, por lo que popularmente la fiesta se conoce como el “Spas de las manzanas”. Esta bendición expresa la certeza de que no solo el hombre, sino toda la creación está llamada a participar de la gloria futura. El mundo visible, con sus frutos, sus colores y sabores, se convierte en ofrenda y anticipo del banquete del Reino.
Pero esta bendición no es solo un gesto cultural. Nos recuerda que todo lo que poseemos —el trabajo de nuestras manos, los dones de la tierra, las alegrías y también los sufrimientos— están llamados a ser presentados a Dios para que Él los transfigure en gracia y vida eterna. Así como las frutas son ofrecidas para ser santificadas, también nuestras vidas deben ser ofrecidas para que la luz de Cristo las purifique y transforme.
La luz del Tabor no es un recuerdo del pasado. Hoy también brilla sobre nosotros. El mismo Cristo que se mostró glorioso a los discípulos se nos da en cada Eucaristía. En la montaña de la liturgia, en la oración profunda, podemos vislumbrar su gloria, aunque sea “hasta donde podemos soportarla”. Estamos invitados a subir con Él a la montaña, a entrar en el misterio de la intimidad con el Padre, a dejar que su Espíritu ilumine nuestro corazón.
Como decía san Pedro, esa luz es como “una lámpara que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2Pe 1:19). Que esta fiesta nos ayude a mantener fija la mirada en Cristo, para no temer las cruces de la vida, sabiendo que la gloria ya está presente y que la Resurrección es nuestra meta.
Unidos a la oración: “Te has transfigurado sobre la montaña, oh Cristo Dios, has mostrado a tus discípulos la gloria. Haz resplandecer sobre nosotros pecadores la luz eterna, por intercesión de la Madre de Dios. Gloria a Ti, Señor, que das luz”.
Amén.
TROPARIO
“Fuiste transfigurado en la montaña, oh, Cristo Dios, revelando tu gloria a tus discípulos hasta donde pudieron soportarla. Deja que Tu Luz eterna también brille sobre nosotros pecadores, a través de las oraciones de la Theotokos. ¡Oh dador de luz, gloria a ti!”.
KONTAKIO
“En la montaña fuiste transfigurado, oh, Cristo Dios, y tus discípulos vieron tu gloria hasta donde podían verla; para que cuando te vean crucificado, entiendan que tu sufrimiento fue voluntario, y proclamaron al mundo, ¡que verdaderamente eres el resplandor del Padre!”.









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