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☦️ Miguel, Gabriel y Rafael y todos los poderes celestiales incorpóreos 😇🪽

  • Foto del escritor: ☦️ Rev_P. Estefan
    ☦️ Rev_P. Estefan
  • 21 nov
  • 6 Min. de lectura
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Memoria plena en conjunto de los príncipes de las huestes angelicales: Miguel, Gabriel y Rafael y todos los poderes celestiales incorpóreos


Epístola:

Heb 2:2-10

Evangelio: 

Lc 10:16-21

Color Litúrgico: 

Dorado


Hoy en la celebración de la Sinaxis de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael y de todos los poderes celestiales incorpóreos elevamos la mirada hacia DIOS de los cielos, pero no para perdernos en la grandeza de lo invisible, sino para descubrir lo que CRISTO mismo nos revela en el Evangelio: “que los misterios de Dios son dados a los humildes, a los sencillos, a los que tienen un corazón abierto a la luz”. Y exclama lleno de gozo en el ESPIRITU SANTO:


“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado agente sencilla”


Nos muestra que para entrar en la verdad divina no basta la inteligencia, ni el rango, ni la grandeza, sino la humildad del corazón. Y precisamente en esto, hermanos, los ángeles se convierten para nosotros en maestros, compañeros y ejemplos vivos de esta sencillez espiritual que abre las puertas del Reino.

 

Los ángeles, aunque superiores a nosotros en naturaleza, no se glorían de su poder. Son espíritus ardientes, mensajeros incorpóreos, ministros de la voluntad divina, pero viven en una obediencia tan pura, tan transparente, que su grandeza depende justamente de su humildad absoluta ante Dios.


Los serafines, que arden con amor, no vuelan hacia sí mismos, sino que se cubren el rostro ante la gloria del Altísimo. Los querubines, llenos de conocimiento, no presumen de sabiduría, sino que reflejan la luz de Dios sin apropiársela.

 


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Miguel, príncipe de las huestes celestiales, no se exalta a sí mismo, sino que proclama:


¿Quién como Dios?


Recordando a todo el cielo que solo el Creador es digno de adoración.

 

Gabriel, el heraldo de las grandes noticias, no pone su nombre por encima del mensaje; y Rafael, el sanador divino, no atribuye a sí mismo la medicina, sino a aquel que lo envía.

 

Toda la jerarquía angélica, con sus nueve coros, desde los tronos hasta los ángeles guardianes, vive en aquel espíritu que Cristo alaba en el Evangelio: el espíritu de los sencillos. Porque ser “pequeño” ante DIOS, no es insignificancia, sino transparencia plena, disponibilidad total a la voluntad divina. Ellos existen para servir, para anunciar, para custodiar, para sanar, para iluminar. Y en cada uno de estos servicios reflejan lo que Jesús quiere despertar en nuestro corazón.

 

El mensaje central de este día, entonces, no es solo la grandeza de los ángeles, sino lo que los ángeles enseñan sobre el camino hacia Dios: la humilde apertura del corazón. Cristo no dice que el Padre oculta la verdad a los sabios porque la sabiduría sea mala, sino porque la soberbia espiritual cierra los ojos a la luz. La revelación divina no es conquistada, sino recibida. No se entra en el misterio por fuerza intelectual, sino por docilidad interior. Jesús se alegra en el Espíritu Santo porque el Padre ha querido que los secretos del Reino se revelen a los que son como niños: los que creen, confían, obedecen y se entregan. Y esto, hermanos, nos une de modo profundo con los ángeles.


Ellos, que contemplan el rostro de Dios, no se apoyan en sí mismos. No se glorían de su pureza, ni de su fuerza, ni de su gloria, sino que ponen toda su existencia en la verdad divina. Por eso, cuando la rebelión de Lucifer turba el cielo, Miguel se alza no con un discurso de poder, sino con un grito de humildad: “¿Quién como Dios?”. Esta humildad es lo que vence al mal. La obediencia amorosa es lo que derrota la soberbia. Y así, desde el inicio de los tiempos, los ángeles fieles se convierten en testigos de que la victoria pertenece a quienes se entregan a la voluntad de Dios.


El Evangelio de hoy, entonces, no nos invita a fascinaros solo por la magnificencia celestial, sino a imitar el modo en que los ángeles reciben la revelación divina. Son puros vasos que reciben y derraman. Son servidores que no reclaman nada para sí. Son un espejo de lo que la humanidad está llamada a ser en Cristo.

 

Por eso, hermanos, la Sinaxis de los Arcángeles no es una fiesta distante de nuestras vidas. En realidad, es una llamada urgente a entrar en esa misma dinámica de sencillez espiritual. Los ángeles nos protegen, sí; nos acompañan, sí; interceden por nosotros ante Dios, sí. Pero más profundamente, nos muestran el camino para comprender a Dios: la humildad que escucha, la confianza que se entrega, la pureza que se deja guiar. Cuando un alma se hace pequeña ante Dios, entonces el Espíritu Santo abre en ella la comprensión del misterio. Cuando un corazón deja de reclamar grandeza, entonces puede recibir la grandeza verdadera del Reino.


San Basilio decía que los ángeles “se deslizan silenciosos hacia las almas que aman la humildad”, porque encuentran allí un espacio semejante al cielo. Y san Juan Crisóstomo enseñaba que “no hay diferencia más grande entre los hombres que la que existe entre el humilde y el soberbio”, porque el humilde vive ya en la luz. Por eso Jesús se regocija. Por eso proclama con alegría:


Sí, Padre, pues tal ha sido tu decisión”.

Porque la humildad no es un accidente, sino la verdad del corazón humano ante Dios.


Hoy, hermanos, celebrando esta fiesta gloriosa, pidamos no solo la protección de los arcángeles, sino la gracia de imitar su espíritu. Que Miguel nos enseñe a rechazar todo pensamiento soberbio; que Gabriel nos abra a la Palabra que quiere encarnarse en nuestra vida; que Rafael sane las heridas que nos impiden confiar. Y que todos los coros angélicos, desde los serafines ardientes hasta nuestros ángeles custodios, nos conduzcan hacia la pequeñez espiritual que abre las puertas del Reino.


Porque solo los sencillos —dice el Señor— comprenden los misterios de Dios. Y que al final de nuestra vida podamos escuchar el eco celestial del himno eterno:

Gloria a Dios en las alturas”,


mientras caminamos, como los ángeles, en la humildad luminosa de los hijos del Padre.

 

☦️ Cristo está entre nosotros ☦️

☦️ Estuvo, Está, y Estará ☦️



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*Tropario, Tono 4*


Arcastrategas de las huestes celestiales,

nosotros, indignos,

os suplicamos sin cesar:

con vuestras oraciones protegednos bajo el amparo de las alas de vuestra gloria inmaterial,

guardándonos a los que con fervor nos postramos y clamamos:

«Libradnos de las tribulaciones, pues sois los líderes de las Potestades Supremas».



*Kontakion, Tono 2*


Arcastrategas de Dios, servidores de la gloria divina,

jefes de los ángeles y guías de los hombres,

pedid para nosotros lo que es provechoso y gran misericordia,

como incorpóreos arcastrategas.


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Oración:

Oh santo y gran Arcángel de Dios Miguel, primer intercesor entre los ángeles ante la inescrutable y suprasustancial Trinidad, custodio y protector del género humano, tú que con tus huestes celestiales aplastaste la cabeza del soberbio Lucifer en los cielos y continuamente avergüenzas su malicia y sus engaños en la tierra, a ti acudimos con fe y te suplicamos con amor: sé escudo indestructible y firme defensa de la Santa Iglesia y de nuestra patria ortodoxa, protegiéndolas con tu espada fulgurante de todos los enemigos, visibles e invisibles.

No nos abandones, oh Arcángel de Dios, con tu ayuda e intercesión, a nosotros que hoy glorificamos tu santo nombre. Pues aunque somos muchos pecadores, no queremos perecer en nuestras iniquidades, sino volvernos al Señor y ser vivificados por Él para las buenas obras. Ilumina nuestras mentes con la luz del rostro divino, que siempre resplandece en tu frente como relámpago, para que podamos comprender cuál es la voluntad buena y perfecta de Dios para nosotros, y conocer todo lo que debemos hacer y lo que debemos despreciar y abandonar.

Fortalece con la gracia del Señor nuestra débil voluntad y nuestra frágil inclinación, para que, establecidos en la ley del Señor, dejemos de ser dominados por pensamientos terrenales y deseos carnales, arrastrados como niños insensatos por las bellezas perecederas de este mundo, olvidando neciamente lo eterno y celestial por lo corruptible y pasajero.

Sobre todo, alcánzanos desde lo Alto el espíritu de verdadero arrepentimiento, sincero dolor ante Dios y contrición por nuestros pecados, para que los días que nos restan de vida temporal los empleemos no en complacer los sentidos ni servir a nuestras pasiones, sino en borrar los males cometidos mediante lágrimas de fe y contrición de corazón, con hazañas de pureza y santas obras de misericordia.

Y cuando se acerque la hora de nuestro fin, de la liberación de las ataduras de este cuerpo mortal, no nos abandones, Arcángel de Dios, indefensos ante los espíritus malignos del aire, que acostumbran impedir el ascenso del alma humana a lo alto, para que, protegidos por ti, alcancemos sin tropiezo aquellas gloriosas moradas del paraíso, donde no hay tristeza ni gemido, sino vida eterna.

Y, habiendo sido concedidos contemplar el rostro resplandeciente de nuestro bondadoso Señor y Soberano, postrados con lágrimas a sus pies, en alegría y ternura exclamemos:

¡Gloria a Ti¡

nuestro preciosísimo Redentor, que por tu inmenso amor hacia nosotros, indignos, te dignaste enviar a tus ángeles para servir a nuestra salvación!

Amén.


 
 
 

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