Los principales apóstoles Pedro y Pablo
- Arch.D_Estefan

- 11 jul
- 2 Min. de lectura

🌿Epístola: Rom 13:11-14:4
📖 Evangelio: Lc 1:1–25,57–68,76,80
Hoy, con profundo gozo espiritual, la Iglesia celebra la gloriosa memoria de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la fe, heraldos del Evangelio y mártires por Amor a Cristo. Ellos, tan distintos en historia y temperamento, son honrados juntos en este día como signo de unidad en la diversidad, de armonía en la verdad, de fidelidad en el Espíritu.
Pedro, el pescador impulsivo, confesó con fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16:16), y recibió la promesa: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia” (Mt 16:18). Aunque cayó al negar al Señor, fue restaurado con amor y enviado a apacentar el rebaño. San Pablo, por su parte, no fue de los Doce, ni caminó con Cristo en vida. Al contrario, fue fariseo, perseguidor de la Iglesia, testigo del martirio de Esteban. Pero, fue derribado por la luz de Cristo en el camino a Damasco: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9:4), y se convirtió en apóstol de los gentiles. En sus debilidades y sufrimientos descubrió que “Mi gracia te basta, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor 12:9).
El icono que los representa abrazándose expresa esta unidad en la diversidad. Pedro, figura de los judíos convertidos; Pablo, de los gentiles. Ambos murieron mártires en Roma, uno crucificado, otro decapitado, testificando con su sangre la misma fe. Para la Iglesia Ortodoxa, este icono no es solo imagen, sino llamada a la reconciliación, a la unidad en el Espíritu, y al amor que vence las diferencias humanas.
La Iglesia, como madre sabia, nos prepara para esta fiesta con el Ayuno de los Apóstoles. Desde el lunes posterior a Todos los Santos hasta el 12 de julio (nuevo calendario), nos llama a la oración, al arrepentimiento, al ayuno. Porque si queremos celebrar con dignidad a los apóstoles, debemos también caminar en su espíritu, alejándonos del pecado, buscando la luz, cultivando la fe viva. Ayunar no es solo abstenerse, sino abrir el corazón, purificar la mirada, recibir la gracia que transforma. Como dice san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20).
La sucesión de Pedro no se entiende como poder humano, sino como fidelidad a la confesión de Cristo. En la tradición ortodoxa rusa, Pedro es símbolo de la continuidad apostólica vivida en humildad, no como dominio, sino como servicio en verdad. La Iglesia está edificada sobre esa confesión viva, no sobre hombres.
Llevar las enseñanzas de estos santos apóstoles a nuestra vida cotidiana es vivir como ellos: en arrepentimiento como Pedro, en celo y entrega como Pablo, en obediencia y fe como ambos. “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15:5), nos recuerda el Señor. Pero con Él, todo es posible: el pecador se convierte en Santo, el débil en Fuerte, el perseguido en Apóstol.
Imitemos su ejemplo y sigamos sus pasos. Que por sus oraciones, el Señor nos conceda luchar la buena batalla y guardar la fe hasta el fin, para recibir también la corona de justicia (2 Tim 4:7-8). Amén.








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